Su vuelo, alas de espesa pluma y grácil movimiento, agita el aire frío del Pisuerga, cerca del agua. Hipnotiza su elegancia, su espíritu salvaje, su mirada amarilla.
La vemos a menudo durante el invierno, y alguno en casa anuncia “¡garza a la vista!” y vamos a las ventanas a disfrutar del momento.